jueves, 24 de febrero de 2011

A drive

Ingravido anda David a pocos centimetros del suelo. No vuela, simplemente se encuentra suspendido cual marioneta por unos hilos invisibles, infinitos. Si volase, como en el mito de Ícaro, no podría evitar ascender sin parar hasta perder cualquier noción y con el calor del sol, se desrretiría la cera que une sus plumas, precipitandose al vacio. Pero no. Hemos hablado ya de hilos, no de plumas, y de escasos centimetros, no de alturas vertiginosas. Ni feliz, ni triste, más bien contento. Vive de pequeños momentos, pequeños gestos, pequeños esbozos de grandes sueños. Las pasiones se las suministra 1 o 2 veces por semana, el cree tenerlas controladas, milimetradas en un cuentagotas. Él sabe que es algo temporal, ha leido Justine, Balthazar y Mountolive, y sabe bien que no puede guardarse de la estupidez humana mucho tiempo, que tarde o temprano volverá a perder la cabeza o se dejará querer. Dejará de leer un libro cada semana y cambiará el tacto del papel por el de la piel. Mientras tanto, sigue suspendido, baja a por tabaco y aguanta la mirada al sol de mediodía unos instantes. Siempre contento, de momento contento, aun contento.

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